miércoles, abril 24, 2024
Opinión

La preeminencia del amor

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*Aarón Dávila*

Foto: Ilustrativa.

“Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso.

El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso, ni jactancioso ni orgulloso, no se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor; el amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”.

Claramente lo que Saulo de Tarso con tal certeza declara acerca del amor, disipa la nube que en ocasiones nos oculta la verdad sobre este; sin darnos cuenta, hemos estacionado la práctica del amor a tan sólo una praxis carnal y de llana atracción, pero el amor claramente va mucho más allá.

Hay quienes piensan que el amor es tan sólo un cumplido o hacen del amor una simple tablita de la cual sostenerse cuando tiene problemas; otros más, acomodaron el amor a la feria de los valores, lo cual a mi parecer es erróneo, ya que el amor, a diferencia de los valores, no fue adquirido.

Me pregunto, entonces, ¿en dónde aprende uno el amor? O acaso, estará disponible a la compra en algún expendio, ¿quién nos enseñó a amar a nuestra madre, por ejemplo?

Ciertamente, a mi parecer, el amor no tiene una interpretación meramente gráfica, o artística, o clínica, el amor es un don de Dios; es decir, es un regalo para nosotros y es un regalo que él nos dio para usarlo cada día de nuestras vidas, para vivirlo y compartirlo con todos los que están al rededor nuestro.

El amor no tiene un color primario, ni único, carece de reglas, no puede ser juzgado por nadie, su práctica no admite el fingimiento, mucho menos la mentira, no es de uso limitado, se recomienda en grandes cantidades y a cada instante; el amor es verdadero, nunca deja de ser.

No existe mejor herencia que esta: siembra amor todos los días de tu vida, en tu familia, en tus amigos, en tu trabajo, en tu sociedad, en tu país y, si así lo hiciéremos, el día de mañana cosecharemos todo ese amor para nosotros mismos en abundancia.

Esta es la verdadera fórmula para una vida mejor, una familia con calidad y una sociedad fuerte y verdadera.

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