jueves, marzo 28, 2024
Opinión

México desde afuera

*Ricardo Gómez Sotomayor*

Umberto Eco, en uno de los capítulos finales de su obra “Kant y el ornitorrinco”, al referirse a los íconos, pone el ejemplo de “El mexicano en bicicleta”. No es casual que el filósofo, ensayista y novelista italiano eligiera dicha figura, por demás abstracta, para demostrar las características de los signos icónicos; entendiendo los mismos como una representación que simbólicamente sustituye a algo. Ese algo puede ser un objeto o una idea y el proceso mental de su entendimiento y alcance es centro de diversos y muy interesantes estudios. Aunque lo tomemos como algo natural, dichos elementos están en todas partes. Por ello reconocemos los símbolos en las carreteras (la señal de una curva, por ejemplo), la cruz roja y asociamos una paloma blanca como emblema de la paz. Podría decirse que dichas convenciones de asociación son consideradas como representativas del objeto, pero aquí existe una trampa puesto que la neutralidad del ícono depende de quién lo interprete. Por lo mismo puede ser verdadero o falso, usado para la verdad o la mentira. Mucho de lo que creemos proviene del prejuicio que se tenga y en el nacimiento y consolidación o rechazo de estas ideas proviene en parte del entorno en el cual nos desenvolvemos. Entonces aparece el catedrático italiano y su ejemplo. Hay una imagen: dos círculos concéntricos, uno más pequeño que otro incluido dentro del más grande; a los lados de éste, unidos a su circunferencia, aparecen dos semielipses. ¿Qué es? Un mexicano en bicicleta visto desde arriba. Con esa clave se puede identificar el sombrero de charro y las ruedas. ¿Por qué el autor de El nombre de la rosa echa mano de este juego de voluntades y analogías para su estudio sobre la simbología?.

No era la primera vez que Eco se apoyaba en la cultura e historia nacional para profundizar en su estudio teórico de los signos. En el mismo libro, uno de los primeros capítulos, habla de Moctezuma y los caballos. Culto e informado, se imagina lo que sucedió cuando llegaron los españoles. La sorpresa de ver barcos, que de ellos bajaran seres blancos como espectros, con largas barbas y embutidos en armaduras de hierro, montados en monstruos enormes, los caballos. Llega el momento de informar al emperador azteca de las terribles y maravillosas cosas que estaban viendo. Surge entonces un problema ¿cómo describir algo nuevo de lo que no se tiene ni idea?. Cualquier persona que quiera tener un reto similar pero a la inversa, sólo tiene que dedicarle unos minutos de su tiempo a un niño pequeño para explicarle algo, lo que sea. Si alguna vez lo ha hecho comprenderá que en las preguntas infantiles, en esos interminables por qué, radica nuestro escaso conocimiento de aquello que nos parece tan natural y cotidiano como el suelo que se pisa. Pero volvamos a Moctezuma. Los conocimientos previos y la observación debieron llevar a los espectadores a un juicio perceptivo. Primero separaron al jinete del caballo y consideraron a este como un animal. Después le informan a Moctezuma y le dicen que los invasores montan animales parecidos a ciervos (maçatl), “altos como los tejados de las casas”. Hasta el momento de su encuentro con los españoles Moctezuma intenta hacerse una idea con las descripciones que le llegan, reajustándola, aprendiendo, integrándola a su realidad; hasta que lo mataron y ya no pudo aprender más.

Ahora regresemos un poco, hasta la pregunta de ¿Por qué en su obra empleó Eco nuestra historia nacional? Lo hizo porque México y lo mexicano son íconos. Símbolos y signos que son identificables en todo el mundo. No somos los únicos, es cierto (piense en lo que cree saber de China o Italia, por ejemplo) y es verdad que hay muchos prejuicios, estigmas y estereotipos. En México no es tan frecuente el uso de sombreros de charro como tampoco es común ver un bombín en la cabeza de un inglés. Nuestro país, visto desde afuera, es tan interesante que atrae como un imán al hierro. El visitante extranjero busca cultura incluso cuando su opción geográfica sean las playas. México desde afuera es casi inmutable. Sabe que no encontrarán solo las ruinas de una civilización prodigiosa, sino que la misma perdura hasta nuestros días. Para el extranjero existen dos México que, cuando llega a nuestra tierra comprende que son uno. El primero es de las grandes culturas prehispánicas, constructores de maravillas, astrónomos perfectos, matemáticos insignes, guerreros feroces. Entienden la conquista como lo que fue y dan el salto hasta el México moderno que para ellos empieza en la revolución mexicana, con Pancho Villa y Emiliano Zapata (ambos también íconos), pasa por Chiapas y el EZLN y culmina en cada casa. México es un ícono hermoso.

¿Es responsabilidad nuestra como nos ven los demás como país, como cultura?, ¿Qué tanto influyen los medios de comunicación?

Pienso en Moctezuma jugando con internet, dando click a una imagen, entendiendo por fin que es un caballo.

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