lunes, diciembre 9, 2024
Opinión

El verdadero amor

*Aarón Dávila*

Foto: Ilustrativa.

No son más los que aman, que los que desean ser amados.

En forma inverosímil, el amor pasó de ser un don a un favor, dejo de ser virtud para convertirse en simple atracción, pasó de ser inspiración a compromiso.

A mi parecer, sólo existen dos tipos de amor: el que es verdadero y el que es fingido. El amor verdadero es sin fingimiento y el amor que se finge simplemente no es amor.

El amor no es un festejo, tampoco un bello regalo, mucho menos un beso; todo eso expresa, de la manera más pequeña, lo que realmente es el amor.

Si así me lo permiten, quiero compartirles un poema que escribí hace un tiempo, se encuentra en un libro de mi autoría llamado “Hoy cortaré una rosa”.

El verdadero amor hermosea tu rostro.

Te hace andar en lugares especiales.

Es como el buen mosto.

El verdadero amor se prueba a sí mismo.

Con sus hechos respalda sus acciones.

En él siempre hay un atisbo.

Encuentra como corregir sus errores.

Aun de estos los menores.

El verdadero amor busca, guía.

Se sujeta al bien común.

Otorga la gracia de ser día a día.

El verdadero amor no obliga ni exige;

Te da libertad y transige.

 

Con cierto trasiego sacude su culpa.

No alcanza, ni siquiera intenta,

Dispensar su paso a cuesta.

El verdadero amor ríe,

Encuentra motivos, nunca se cansa.

Busca la siguiente corriente.

Siempre vuelve a casa.

El verdadero amor va al frente.

Encuentra un mejor camino.

La debilidad lo hace fuerte.

El verdadero amor es consiente.

En él, espera y se paciente.

De manera que, si reconocemos que el primer amor que los seres humanos experimentamos ha sido el amor de madre, entenderemos que el amor con el que crecimos es un amor sin fingimiento, es un amor verdadero, un amor que lo da todo, un amor de sacrificios, uno que permanece para siempre, a pesar de las circunstancias, de la melancolía o de los tropiezos.

Es por esto, por lo que dicen, que el amor de madre fue forjado en el corazón mismo de Dios. Ahora pienso en los usos prácticos del amor, por ejemplo: el amor a una esposa o un esposo.

En lo personal, aprender a amar a una esposa, a mi esposa, no fue cosa fácil y no por ella, sino más bien por mi propio corazón, antes de aprender a amar cometí errores, errores que, afortunadamente, forjaron, poco a poco en mí, un corazón afable, hacer a un lado mi voluntad férrea y cambiarla por anhelos y deseo, por fe y esperanza por consuelo y desapego.

Ahora bien, soy de los que creen que es importante que mi esposa me admire como persona; es decir, que al verme se sienta orgullosa de quien ve, que al llegar a casa piense para sí; “Ahí llega mi marido, voy a prepararle una cena rica, conversar con él, besarlo y a darle lo mejor de mí.”.

El caso contrario sería: “Ay, ya llego el vaquetón de mi marido; de seguro va a querer que lo atienda y hasta va a querer cenar”.

Amar sin fingimiento te hace vivir bien, verte bien, sentirte bien, te da la capacidad de hacerte fuerte en el corazón de quien amas.

Ahora hablemos del amor de un padre a su hijo. El amor de un padre para su hijo debe ser un amor que construya, uno que forme, que instruya, que fortalezca, que guíe. Hay padres que quieren corregir antes de enseñar, disciplinar antes que formar.

Muchos de los problemas en la actualidad con niños, adolescentes y jóvenes, han surgido, precisamente, por el abandono tácito de los padres, el desapego a la vida de nuestros hijos; olvidamos lo importante que es priorizar las acciones de nuestra vida.

Antes de ser un buen empleado, tengo que ser un buen padre, antes que ser el mejor amigo, debo recordar que hay alguien esperando en casa por un buen abrazo y algo más que un gesto de cariño.

El amor verdadero, en todas las etapas de la vida, deja un camino lleno de virtud y cosas bellas; el amor fingido, por su lado, causa aflicción, tristeza y deterioro.

En el trabajo, en la escuela, en la calle, es fácil identificar los beneficios que da amar; el amor te hace afable, provoca en ti el deseo de ayudar, encamina tus pasos, ayuda en el trato interpersonal, forma gente de bien.

Así diré, en este momento, que si amaramos más dejaríamos la maldad, el egoísmo, la corrupción, la mentira, la hipocresía y en su lugar abrazaríamos el bien común, porque amar te ayuda a respetar a los demás, a cuidar las intenciones de tu corazón, a medir tus dichos y acciones, a ver primero por el bien de tu entorno antes que por ti mismo.

Haciendo a un lado los diálogos utópicos o falaces, más allá de la ironía o la tropelía, el amor nos hace mejores personas; el amor verdadero que según Pablo nunca deja de ser, amor que se renueva día a día con esperanza y mucha fe, ese amor verdadero.

Nuestra sociedad necesita amor verdadero, el amor que engendra respeto, el amor que te da gozo, aquel gozo que motiva; el amor que produce paz, la que te permite vivir estable cada día.

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